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La nieve |
Recojamos una frase que escribimos en una de nuestras entradas anteriores, en concreto la que llevaba el título
"Vigilante ¿qué me dices de la noche?":
"Un día, durante la guerra, vi un caballo muerto que llevaba mucho tiempo en el suelo. El tiempo, y los pájaros y su propio postrer esfuerzo habían dejado al cuerpo a gran distancia de la cabeza. Mientras contemplaba aquella cabeza, en mi memoria pesaba el cuerpo perdido; y a causa de aquella magnitud ausente, la cabeza yacía en el suelo con mayor peso"
Esta frase nos trae una imagen-desdicha, en la que reconocemos la agresividad de lo cotidiano, la debilidad del cuerpo perdido, acumulación de fuerzas que paralizan y como señala la propia frase hacen que la cabeza yazca con mayor peso, de aquí, como hemos señalado antes, surge el hombre del resentimiento, el mundo- muelle, o el que se apodera de eso para falsearlo en una ideología. En palabras de Nietzsche esto es lo que podríamos denominar enfermedad, (enfermedad definida en términos de discurso de valores): la memoria.
Rescatemos parte de esta explicación. En Nietzsche existen dos sistemas del aparato reactivo: la conciencia y el inconsciente. El consciente reactivo se define por huellas mnémicas duraderas. Las fuerzas externas se imprimen sobre la conciencia y estas las recibe pasivamente y a esto se denomina carácter reactivo de la conciencia, la preeminencia de la huella mnémica. Para que se de esta adaptación a lo que viene del mundo exterior, se necesita de otro grupo de fuerzas, es decir, llegan las fuerzas externas, hay un sistema de conciencia que pasivamente las recibe y las transforma en huellas mnémicas, pero hay otro sistema que reacciona frente al estímulo que llega (la parte noble de la conciencia), dejando a las fuerzas reactivas de las huellas mnémicas fuera de los sentidos, en el inconsciente. Responde frente a lo que se trata de imponer y al reaccionar se puebla de fuerzas activas, porque siempre la reacción a lo que llega tiene una acción, implica de unas fuerzas activas sino seriamos simples receptores. Esta facultad activa sería la del olvido, que permite que no se fije, que hayan cosas nuevas.
¿Qué pasaría si no hubiera olvido? La excitación pasaría a confundirse con la huella mnémica en el inconsciente y esta relación invadiría la conciencia. Las fuerzas reactivas toman la conciencia, que deja de ser activada, para ejercer sus funciones. De esta manera se produciría la enfermedad, el resentimiento, que repite porque está fijado a una huella mnémica. Por tanto, no hay olvido, sólo hay memoria. A esto lo denomina enfermedad.
En este punto nos topamos con la historia de todos o de un hombre que un buen día se da cuenta de que no puede reconocer a la gente que le rodea, son todos extraños, la vida le resulta indiferente. La catástrofe no está aquí reducida al mínimo, si no que se ve, pero por otro lado el punto gris (como decía Klee) salta por encima de sí mismo en lugar de dilatarse: comienza
Amarcord, que desde su principio hasta su fin nos regala imágenes instinto de muerte que devoran constantemente a las imágenes-desdicha, éstas quedan anuladas. Viaje hacia lo inmemorial o desexualización de la memoria: solo quedan fuerzas activas.
Amarcord: Mis recuerdos, está repleto de líneas abstractas que se entremezclan. De la misma manera Masoch en uno de sus escritos intitulado “Los último amigos” nos hace un relato de la memoria fría, la luna va mostrando a través de su luz los contornos de las cosas, los recuerdos:
"La puerta de la habitación contigua está abierta. Aquí no hay luz y las ventanas no cierran bien, aunque el viento y la luna, esos dos grandes encantadores, pueden librarse a sus juegos fantásticos y mostrar sus maravillosos artificios. A menudo tenemos la impresión de que manifiestan compasión por el hombre solitario, por el abandonado a quien ya no le quedan más que las cenizas de su felicidad, le polvo de sus esperanzas, ligero como el de las alas de la mariposa. La música del viento en la chimenea se propaga por la habitación, la pequeña armadura de chapa de un caballero comienza a quejarse y un susurro atraviesa los cortinajes de flores. Durante este tiempo, la luna desliza lentamente luz y sombra en manchas de precisos contornos sobre las losas y la pared, descubre –ora aquí, ora allá-, un objeto casi olvidado que arranca, por decirlo así, a la oscuridad. Me muestra el sofá, la consola con pequeños personajes de porcelana, el biombo ante la estufa. Conozco esa consola de madera oscura (…): mi segunda madre, mi buena nodriza, (…) Un anciano se mueve tranquilamente entre los libros que brillan con todos los colores del arco iris, y un curioso petirrojo le sigue cantando. El anciano viste con esmero, mi abuelo. Una imagen surge de la sombra del pasado. Hace mucho tiempo de eso, pero recuerdo cada detalle y a veces ocurre que esas figuras que me son queridas me acompañan con sus miradas afectuosas durante toda la noche. Los armarios, los cortinajes y la armadura se callan un momento, después el sólido escritorio de nogal oscuro deja oír un pequeño estremecimiento. Mi padre tenía por costumbre sentarse en esa mesa. La luna jugaba al mismo tiempo con el herbario que estaba sobre un mueble en la pieza contigua. Arrojaba gotas de luz sobre su lupa con montura de carey y rodeaba las dos figurillas de metal herrumbrado con una aureola plateada. Todo está aún como en el momento en que yo me marché y, sin embargo, todo ha cambiado. La vida del hombre pasa como una sombra fugitiva, el tiempo se escapa y nosotros creemos haber soñado cuando volvemos a vernos años más tarde; sólo la naturaleza permanece igual, siempre tan joven y bella. En ese instante el viento sopla más fuerte a través de la chimenea y hace tintinear la pequeña armadura. La luna en su silencioso periplo, ha llegado hasta un pequeño saco bordado de escaques, que cuelga atado a la espada de la armadura. El hechizador viento sopla y hace salir de la niebla plateada una nueva silueta: mi madre. Todo está de nuevo silencioso y sombrío. Las nubes pasan sobre la luna y el viento enmudece, pero no por mucho tiempo. Se reanudan los susurros y murmullos y vuelven las caricias de plateado fulgor
Así cuentan y cuentan, los últimos amigos del solitario, le presentan al alma como por un acto de magia las imágenes y siluetas queridas, cuentan los días de la juventud, las alegrías hace tiempo marchitas, las esperanzas que se convirtieron en ceniza, las creencias desvanecidas y la pérdida de felicidad. Él ya no se siente abandonado, ya no se siente solo, el jardín del Edén está allí, lejano; el puente de oro que lleva hasta él se ha derrumbado para siempre, pero su mirada aún puede alcanzarlo, los campos verdes del más allá, los árboles de los cuentos de hadas en los que habita la luz eterna. En mi recuerdo, ha permanecido como una felicidad oculta, silenciosa y melancólica. Aún pasa un último murmullo a través de la noche piadosa y solemne, después las voces queridas y amigas se callan y la luna desaparece. Tengo la impresión de que en esa lejanía discurre una alegre truope coronada de flores y cantando, niños que ríen, hermosas jóvenes, mujeres, muchachos, con el corazón desbordante de valor y esperanza. A su alrededor las golondrinas lanzan sus trinos; en torno a ti, sin embargo, es invierno, la noche, el silencio.
Buenas noches, mis queridos espíritus, buenas noches, mis últimos amigos"
La luna va poblando los objetos que evocan a su vez recuerdos, proceso de congelación, catástrofe glacial. Fellini nos muestra la historia de un pueblo ficticio, la Idea, lo inmemorial, toda esa vida que le rodea y que se le presenta como extraña se vislumbra más clara en sus personajes caricaturizados: la idea de un pueblo, de una
truope, trazos que se plasman en los personajes.
De hecho entendemos a Masoch y a Fellini como dos pasos del mismo proceso, el frío y la luna van recubriendo los recuerdos para poder llegar a la Idea de un pueblo (Amarcord), que no se aleja mucho de la truope, de la manada de Picasso, de la imagen de los circos de Ocho y medio (Fellini) y de La Parada de los Monstruos (Tod Browning).
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