Empezó aquella vez en que la chiquilla salió del bar (ya sabéis “el arenal”), bordeó el cuchitril y junto a la pared de cal desconchada se puso a mear, estaba tan aturdida que no reparó en el temible vaho de su orín, un vaho que el frío de la noche hacía más intenso. No reparó tampoco en que los terrones de barro se habían helado ni en el gélido silencio nocturno. No vio parpadear la bombilla que dejaba gotear un vómito de luz amarillenta. Se levantó escurriéndose por la pared que ahora blanqueaba sus ropas desordenadas. Rechazó su flequillo y se quedó absorta mirando la noche. Al fin pudo atender a la oscuridad y dejar sus pensamientos da igual tristes que alegres. Dio unos pasos atolondrados y se detuvo junto al pilón, el chorro se había hecho un témpano. Pero, es igual, pensó, ya no hay animales. Ese pensamiento le trajo otros que ahora recordaba. El día que descubrió cómo había peleado para matar al animal que había en su amante. No quería a ese animal, solo quería sus palabras, sus mentiras, solo quería acecharle para descubrir algo que le permitiera ocultar mejor aquello que no quería descubrir. Quería acechar y descubrir al hombre para así mejor ocultar al animal que ella no toleraba. Y matando al animal hizo desaparecer al hombre. Quiso matar la pasión en él y le dejó en el desierto de la humanidad. Le hizo cordial, amable, y así, lo confundía con los demás y eso la tranquilizaba,el animal había muerto.
Pero los animales muertos son el desierto y la noche helada, se transfiguran en el mundo que, entonces, se vuelve acechante. Y ella es perseguida por la noche y por el frío a quienes no quiere prestar atención. Pero ahora la luz es su recuerdo no omisible, es una presencia animal, una metamorfosis de su amor temido. Ahora sabe que “eso” animal la ronda, la acecha en el frío y en la luz, que “eso” escapó de las mentiras de él y se volvió todos los atardeceres y por eso ella no quiere mirar ni sentir pero, aún así, sabe que ahora las cosas la miran y la sienten a ella. Ha vivido la terrible transfiguración del amor. Aquello que no soportaba amar ha perdido el misterio que se muestra veraz como una persecución loca de sí a sí misma. Se ha hecho Adonis, más que sí misma. La luz la reclama, Venus la ama, es la envidia de los dioses. Pero, como a Adonis, las fieras la persiguen y la esperan. El cazador la sigue, es vista por la luz, los perros lo presienten. Ah! la vida, la vida siempre está ahí esperándonos, nos espera desde siempre para encarnarse en nuestra añoranza extrañada, son los animales muertos de nuestro amante los que retornan sin misterio y se muestran viento, luz, frío… Como la Venus de las Pieles siempre con frío, siempre estornudando, cargándose de pieles de animales. El frío, lo animal muerto del amante que ahora añora y lo busca en las pieles. El animal amante retorna eternamente en el frío, nos acecha, es un animal que mira a Adonis, el que es más guapo que sí mismo, siempre robándose a Venus. El frío es el esplendor… y el cuerpo quiere expulsar ese frío atroz, ese frío insomne…
La chiquilla tropezó, para no caer dio un paso forzado, se encontró en el claro frío de la luna y atisbó la presencia delirante de una fiera que le heló el corazón: ¡ el minotauro !.
Sebastian Bravo
Una especie de mosquetero moderno
Voy al servicio de caballeros. Pero no a los urinarios, siempre a los cubículos. En el gimnasio utilizo las duchas de caballeros, aunque discretamente.
He sido varón más de la mitad de mi vida, con lo que ya todo lo hago con la mayor naturalidad. Cuando Caliope emerge a la superficie, es como un defecto del habla adquirido en la infancia. De pronto ahí esta otra vez, dándose un tironcito de pelo o mirándose las uñas. Es un poco como estar poseído. Callie surge en mi interior, llevando mi piel como un vestido amplio. Mete las manitas en las anchas mangas de mis brazos. Introduce los piés de chimpancé por los pantalones de mis piernas. Por la acera noto que sus andares de niña toman el relevo, y el movimiento me devuelve una especie de emoción, una simpatía desolada y efusiva por las niñas que veo volver a casa del colegio. Eso continúa durante unos cuantos pasos. El pelo de Caliope me hace cosquillas en la nuca. Noto la vacilante presión de su mano en el pecho -aquél viejo hábito nervioso suyo-, para ver si hay alguna novedad por ese lado. El enfermizo fluido de la desesperación adolescente que corre por sus venas inunda las mías una vez más. Pero entonces, tan bruscamente como ha aparecido , desaparece, encogíendose y fundiendose en mi interior, y cuando me vuelvo a mirar en un escaparate esto es lo que veo: un hombre de cuarenta y un años de pelo ondulado,más bien largo, fino bigote y perilla. Una especie de mosquetero moderno.
Extraido de la novela :Middlesex de Jeffrey Eugenides
El minotauro
Fumadores transformistas acechando al Minotauro |
Lo que siempre vuelve
desencarnado pensamiento, siglo XX
cien años para llegar al hielo y no dio tiempo
a vivir en una carne pensada
la fórmula del Norte, guerra fría
enunciación de héroes tan blancos
en la noche de los tiempos
luce esa imagen muerte
esvástica de la ternura tiritando
del suicida vertical, de la muerta de hambre
del "aimez moi" con ataque al corazón
del místico silencioso que mira el techo
deslumbrado por la cal oscura,
del lúcido cáncer en la boca...
Tras el paladar ciego de la bellota
el recuerdo dulce del amigo, vuelve.
Para Angelika
Las vi cruzar el puente, en un rasguño
de la noche cerrada: transcurrían
en formación precisa,
un sereno triángulo
como flecha segura que apuntara
al corazón del sol adivinado
más allá de la niebla,
tatuaje rojo inscrito en el calor
del territorio propio entre las alas.
Batían en la fe de un solo pulso
el plomo de los cielos, sacudiéndose
las bajas nubes tardas.
Volaban de memoria aquellos pájaros,
fantasmas de pureza con la mirada fija
en la línea de acero de una ancha tierra santa.
Quedé como imantado
en toda mi estatura a la alta aguja
de su navegación, mientras seguía
con los ojos errantes el vector de su rumbo.
Al cabo, la bandada
fue mullendo su esquema en una mecha
de bruma, hasta perderse
en la tinta del cielo.
¿A dónde irían
las garzas? Sólo sé
que algo de mi partió
como saeta fiel aquella noche
desde el arco del puente;
algo de mí se fue y boga dichoso
hacia algún sur de luz en la flecha del vuelo.
Miguel Ángel Velasco (de la miel salvaje)QuisoA. Machado.
me llamo ezequiel y así será siempre
Primero te enamoras de alguna vecina, después de alguna presentadora televisiva y, finalmente, te enamoras de una de las chicas de clase. Entonces, en tu interior, ella se va convirtiendo poco a poco en todas las madres de los desaparecidos de las dictaduras, y en la conciencia de todas las prostitutas esclavizadas y en el corazón de todas las menores del Tercer Mundo obligadas a vender sus cuerpos a occidentales aficionados al estrupo, y en la falda-escocesa de todas las adolescentes de los institutos de monjas, se va convirtiendo en la vagina del mundo salvaje que se está abriendo ante tus ojos, y en los brazos de algodón quemado junto a las hojas de afeitar, en la pelota irrecuperable en el tejado, en el pie atrapado en las vías del tren, en la mayorette de raquíticas piernas del Tremendo Desfile de la Vida, en el espejo roto de la nostalgia eterna y, el amor, entonces, llega a dolerte de tal manera que quisieras no amar.
...
La noche es tan blanca como la nieve.
Ser puro fue mi proyecto más hermoso; dime, ¿cuál es el tuyo?.
Martxel Mariskal.